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martes, 19 de febrero de 2013

MIEDO A LOS EXTRAÑOS

         El niño, durante su etapa de bebé, suele ser placido y risueño. Sus padres estan encantados porque pueden llevarle a cualquier parte y siempre termina siendo el rey de la fiesta pasando de brazo en brazo. Pero desde que ha celebrado su primer cumpleaños la cosa ha cambiado. Cada vez que se acerca a él un desconocido, esconde la cabecita en el hombro de mamá y se pone a llorar e, incluso, se muestra tímido con familiares y amigos que ya conocía.
         ¿Qué le pasa?
En realidad nada. De hecho, su cerebro está más evolucionado, está más listo y más preparado para enfrentarse al mundo. Ha aprendido a diferenciar entre las caras conocidas, y los extraños, una potencial amenaza. Al mismo tiempo, ha establecido un vínculo muy especial con mamá, papá o ambos ( lo que se conoce como figura de apego) y a partir de esta unión , que le da seguridad y protección, tiene que empezar a explorar otras relaciones. Es una etapa de muchos cambios y a los niños tan pequeños les asusta. Así, el miedo a los extraños es lo que llaman los psicólogos un miedo evolutivo, es decir que es totalmente normal, forma parte de su desarrollo y va desapareciendo con el tiempo. Sin embargo, eso no quiere decir que no haya que hacer nada: los padres tienen que ayudar a su hijo a adquirir las herramientas para enfrentarse a sus temores.
         ¿Les ocurre a todos los niños?
Entre los seis meses y los 24, más o menos, la mitad de los niños sienten temor ante los extraños y, aunque hay diversas teorías, las más extendidas apunta a que es un reflejo innato de supervivencia (“como no sé si me va a hacer daño o no, lloro para que mamá me proteja”). Hay estudios que confirman que las mujeres dan menos miedo que los hombres y los niños que los adultos.
         A algunos niños les asusta la gente que usa, por ejemplo, gafas o bigote, las personas de rasgos muy marcados o de razas diferentes. Los hijos únicos y los niños que están en contacto en su día a día con pocas personas diferentes tienen más posibilidades de sufrir este miedo que los que pertenecen a familias muy amplias o con padres de vida social activa.
         También depende de cómo se dirige a él el desconocido: si aparece por sorpresa y le coge o le achucha sin más preámbulos, seguramente recibirá un torrente de lágrimas como respuesta. Pero si el encuentro se produce en un sitio familiar para el niño y el desconocido le habla suavemente, le sonríe y le ofrece sus brazos, hay más posibilidades de que quiera pasar un rato con esa persona nueva; eso sí, al principio, siempre con papá y mamá muy cerquita.
         El miedo se puede acompañar de llanto, ganas repentinas de hacer pis…
         Son reacciones normales; mostrarse cauto, quedarse callado mirando fijamente al desconocido, dejar de jugar si lo estaba haciendo, evitar el contacto visual, intentar acercarse a una persona de confianza, gritar, salir corriendo, esconderse detrás de sus padres o de los muebles, taparse la cara con las manos, mostrarse irritable o agresivo…..
         El miedo a los extraños suele aparecer a partir de los seis meses, alcanza su máxima intensidad a partir de que el niño empieza a andar y después comienza a remitir. Si a partir de los dos años no solo no remite sino que empieza a empeorar o se mantiene a los tres años, podría tener un problema.
         Así hay que actuar
         “Mira que amiga más guapa ha venido a verme”. La madre recibe a su amiga con una gran sonrisa, le da un beso y le dice cuánto se alegra de verla, mientras la niña llora  en sus brazos y mira con desconfianza. Hace un rato le ha explicado ( aunque la niña todavía no habla) que esta tarde es especial porque va a venir una amiga a visitarlas. Al rato, la niña ya está en el suelo y cinco minutos más tarde está en brazos de la amiga, que ha utilizado un método infalible: ofrecerle un nuevo juguete. Las dos mujeres han creado una situación que ayuda a la niña a superar sus miedos.
¿Qué han hecho bien?.
         Respetar sus tiempos: Cada niño evoluciona a  su ritmo. No hay que forzarle. Si hoy no sale bien, habrá que intentarlo otro día.
         Crear un ambiente seguro: Es fundamental que el niño no pierda el contacto físico o visual con su persona de confianza. Si la mamá tuviera que abandonar la habitación y dejar al pequeño a solas con la amiga, sería mejor dejar la puerta abierta y hablar para que sepa que su mamá está cerca.
         Mantener la calma: Muchos padres anticipan y se angustian pensando lo que va a pasar. “Ahora me va a montar un show” y transmiten esa ansiedad a los peques, que perciben la situación como amenazante. El comportamiento de la pequeña es completamente normal, así que no hay por qué  agobiarse pensando que la niña “nos va a dejar mal” o tiene algún problema.
         Lo que no hay que hacer:
         No salir de casa: Reuniones familiares, tardes en el parque…cualquier momento es bueno para que la niña aprenda a socializar. Algunos padres (porque creen que protegen a su hijo o por no molestar a los demás), evitan acudir a sitios concurridos. Es un error porque los niños aprenden a relacionarse mediante la experiencia. Si en cuanto se acerca un extraño le coge en brazo o le alejan de él, ¿cómo no va a pensar que esa persona es peligrosa?
         Obligarle: El bienestar del niño está por encima de todo. En ningún caso hay que obligarle a estar en brazos de alguien.
         Etiquetarle o justificarle: “Es que mi niño es muy tímido” o “no sé lo que pasa, en casa es muy cariñoso”. Todavía no tiene una personalidad formada y su comportamiento cambia día a día, así que habría que hacer un esfuerzo por aceptar su comportamiento en esta etapa.
Articulo de Laura Guerrero. Asesorada por Carolina Ruiz, psicóloga del hospital Infanta Elena de Madrid.

Revista "Ser Padres"

        
                   EDUCADORAS: PATRI Y CHUS

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